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Croacia

Dubrovnik y las perlas del Adriático

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Croacia

Dubrovnik ha sido siempre un polo de atracción para las gentes de espíritu libre. Situada en un lugar privilegiado, en el extremo meridional de Croacia, representa una fuente inagotable de inspiración para los artistas y bohemios que la visitan. Este mes celebra su festival de verano, un poderoso símbolo de identidad cultural, que trasforma sus calles en escenario y una excusa para navegar por sus bellas islas.

Texto y Fotos Josep Guijarro

Nave go a bordo del Karaka, una magnífica réplica de los barcos de pasajeros, o de carga, que se han convertido en un emblema de la gloria y del espíritu comercial de la República de Dubrovnik durante el siglo XVI. Me dirijo a la pequeña isla de Šipan, que se halla a sólo nueve millas del puerto de Dubrovnik, en la costa de Croacia. Una suave brisa acaricia mi rostro mientras la música del acordeón, acompañado de un violín y una tamburitza (una especie de mandolina) me trasladan a ritmos de clara influencia cíngara. Y es que, a pesar de que Croacia es un país muy joven, estas latitudes que ahora visito gozan de una larga historia -a veces trágica-, que ha moldeado el carácter de sus habitantes y les ha enriquecido culturalmente.
Me ahorraré los detalles porque ahora el paisaje centra toda mi atención. Estamos llegando a la bahía de Šipan, una de las islas más bonitas del archipiélago de Elaphite, literalmente “de los ciervos”. Diviso al fondo una torre medieval que se erige desafiante en mitad de unos viñedos. Forma parte del castillo Skocibuha, que data del siglo XVI y que sirvió de residencia estival pero, también de fortaleza para protegerse de los ataques piratas. Me muero por conocerlo y desvelar sus secretos pero, antes de que pueda poner pie en tierra firme, observo a un pescador en el muelle con su captura aún viva en la red. ¡No lo puedo creer! Disparo mi cámara para inmortalizar la escena una y otra vez, mientras el hombre habla conmigo en un idioma incomprensible: el hrvatski, (croata en castellano) que constituye uno de los signos identitarios del país tras la llamada Guerra de los Balcanes (hasta entonces se denominaba “Serbocroata”).
Unos metros más adelante dos niños de rostro angelical me miran como un extraño. En realidad lo soy, porque este pueblecito marinero de nombre Sudurad parece anclado en el tiempo. Aún acrecienta más la sensación los jóvenes que, vestidos de forma tradicional, me dan la bienvenida a la puerta del castillo, propiedad de una familia renacentista de Ragusa que erigió su mansión de verano en este lugar paradisíaco. En torno a esta vivienda aristocrática los sirvientes construyeron sus casas, dando lugar al actual Sudurad, una pequeña localidad de apenas 250 habitantes que figura en el libro Guiness de los récord porque, según he sabido, esta isla posee el mayor número de olivos por habitante de todo el mundo. Curioso ¿verdad?

Un paraíso insular
Tras la visita a la torre Pakljena, erigida 1563, y la iglesia del Espíritu Santo, cuya peculiaridad reside en su tejado plano, puse rumbo a la vecina Lopud, otra isla paradisíaca que goza de estupendas playas de arena y numerosas infraestructuras turísticas. Lopud fue uno de los centros regionales de la República de Dubrovnik que disponía de su propio astillero y una flota que alcanzó los 80 buques. Hoy día sólo hay barcas de pesca y turistas –cada vez más- que se acercan hasta aquí en barco para pasar el día, visitar sus parques, edificios emblemáticos y bañarse en sus cristalinas aguas. No puedes dejar de ver la iglesia de San Onofre, una de las 36 iglesias y monasterios que salpican esta isla, cuyo campanario avisté desde el mar. También puedes entretenerte caminando por su largo paseo marítimo, jalonado de edificios clásicos, la mayoría en ruinas, que transmiten la importancia y el esplendor que tuvo en el pasado.
El calor aprieta y no me resisto a sentarme en una de sus coquetas terrazas para degustar una Ožujsko, la cerveza (pivo en el idioma del país) que, desde 1892 refresca el paladar de los croatas. De paso recreo la mirada en la bahía de Šunj por donde navegan numerosas embarcaciones. No hay duda: estoy en un paraíso insular hecho a la medida de muchas familias que buscan paz y tranquilidad; sol, playas de calidad aún no masificadas, y gentes amistosas. No hay duda que los croatas lo son y, además, tengo la sensación de que el carácter español saca lo mejor de ellos. Al menos yo, no sólo no me siento extraño, sino que recibo reciprocidad y buen rollo de todos con los que interacciono.

Dubrovnik, una joya medieval
La luz del atardecer me atrapa, me fascina, cuando, de nuevo a bordo del Karaka, ponemos rumbo al puerto de Dubrovnik.
Odio los cruceros. Su llegada a la ciudad suponen una inyección de mil turistas por barco... y aquí atracan hasta cinco en un día, lo que convierten sus preciosas calles en un hormiguero de seres ataviados con shorts, chancletas y cámara en ristre. Por eso resulta impagable la llegada al ocaso, cuando las luces iluminan la muralla que recorre el perímetro de la ciudad en cerca de dos kilómetros y los gigantescos barcos de turistas han desaparecido.
Las murallas de Dubrovnik representan uno de los más bellos y más resistentes sistemas de fortificación del Mediterráneo; dispone de torres, bastiones y alcázares individuales. Al día siguiente tendré oportunidad de recorrerlas con un sol de justicia. Entonces recuerdo las palabras de George Bernanrd Shaw quien escribió que «los que buscaban un paraíso en la tierra deberían venir a Dubrovnik».
Considerada la joya del Adriático, principalmente por la enorme riqueza de su patrimonio artístico e histórico, Dubrovnik se extiende en el extremo meridional del país. En 1979 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y es que sus calles y edificios son la mejor prueba de la alianza de esta ciudad con el tiempo, con la historia y con la leyenda. Ha sabido sobrevivir a las miles de bombas que fueron arrojadas durante la aludida guerra de los Balcanes, hace más de una década, y ahora es visita obligada para cualquiera que se acerque a Croacia.

Entre la historia y la leyenda
Penetro por la puerta de Pile, en el lado Oeste, que está presidida por una imagen del patrón de la ciudad: San Blas. Hay hasta 35 iconos de este santo diseminados por diversos puntos y no me resisto a intentar encontrarlos.
Bajo las escaleras y me interno en la calle Placa Stradun, el camino más corto entre los portales oriental y occidental de Dubrovnik. Me impresiona su superficie, pulida como un espejo. Esta arteria -peatonal como el resto del conjunto histórico- es también la más larga y se convierte en el escenario de los grandes acontecimientos. Si visitas la ciudad entre el 10 de julio y el 25 de agosto, hallarás danza, teatro, música, poesía e infinidad de eventos y espectáculos diurnos y nocturnos (ver guía práctica).
Frente a la fuente abovedada de San Onofre se erige el monasterio franciscano, Franjevacki samostan Mala Braca. Junto a la puerta de entrada distingo una curiosa piedra que sobresale de la fachada. Tiene esculpido un rostro donde los turistas intentan mantenerse en pie pero no es tarea fácil porque su superficie está pulida y ligeramente inclinada. Es una tradición y no me resisto a participar de ella. Vana ilusión. Me resbalo una y otra vez. Con cierta frustación encamino mis pasos a la Torre del Reloj, situada a unos 300 metros de donde me encuentro. Frente a este edificio de arquitectura veneciana se extiende una bonita plaza, el foro público, con uno de los símbolos de libertad en Dubrovnik: la estatua del caballero Rolando. Su antebrazo sirvió durante años como medida básica oficial en la república (51,1 cm).
Cerca de allí se erige el Palacio de los Rectores, que fue la sede del gobierno y del rector en los tiempos que Dubrovnik fue república independiente, y la espectacular Catedral de Velika Gospa, que fue construida en 1192. En sus alrededores empieza a sentirse la vida nocturna con terrazas repletas de gente de todas las edades y todo tipo de música. Yo, sin embargo, opto por internarme en las callejuelas en dirección al fuerte de San Juan y disfrutar de los edificios iluminados. Es así como descubro el Gil & Lounge Pop, un sofisticado bar restaurante con vistas al mar en el que podrás gozar de gastronomía fusión o de sus magníficos vinos.

Los alrededores
Al día siguiente pondré rumbo a Ston, una localidad situada a 60 Km. de Dubrovnik, pero antes efectuaré una parada en el Arboretum Trsteno, un un jardín botánico espectacular en el que conviven numerosas especies de árboles. Allí me dan la bienvenida unas niñas vestidas de hada que reparten caramelos y juegan al escondite con los visitantes entre los plataneros más grandes y viejos de Europa (poseen, nada menos, que 650 años). Y disfruto de la música medieval de un juglar en un estanque presidido por una bella estatua de Neptuno que le confiere al lugar un ambiente clásico.
De regreso a la carretera, descubro detrás de cada curva un pueblecito, una cala, un paisaje exhuberante. Si circulas con un coche alquilado respeta los límites de velocidad. Aunque las infraestructuras han mejorado considerablemente, la carretera de la costa posee algunos tramos estrechos y sinuosos, por lo que conviene circular con precaución.
En Ston me recibe una espectacular muralla de cinco kilómetros de longitud. Me dicen que fue de las primeras ciudades europeas construída en base a una planificación urbanística y es conocida por ser una gran productora de sal. También es un lugar ideal para la práctica del senderismo. Si teneis tiempo merece la pena acudir a las granjas de ostras y mejillones. Pero no os vayais de Ston sin probarlas junto al pescado pues aseguran que es el lugar donde se comen las mejores ostras de Croacia y, además, a precio muy económico.
La costa croata, en suma, está repleta de pueblos y gentes encantadoras por descubrir que te harán disfutar de entornos mágicos y privilegiados.

Publicado el lunes, 01 de marzo de 2010

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